Ahora bien, para elegir el nombre de nuestro pene, lo primero es elegir el sexo del mismo. Debido a que esta parte de nuestro cuerpo es tratada a veces como él, el pene, el rabo; y otras veces como ella, la polla. Así, definimos primero el sexo y luego, pensamos el nombre.
En el caso de elegir la polla, Ramona, Macarena, Penny… podrían ser nombres perfectamente válidos. Aunque en realidad, se admiten, por supuesto, cualquier tipo de nombre, desde los más comunes entre las propias personas, hasta algunos casi en desuso o de invención propia.
Todo esto de dar nombre a nuestro pene puede dar lugar a situaciones peculiares como la que sigue. Imaginaros si la ponéis de nombre María (que nadie se ofenda, por favor), y vais a comprar el pan y resulta que la señorita que os lo vende también se llama María. Nunca os habíais dado cuenta de que la panadera se llama como vuestra polla, y en ese momento, lo relacionáis, y sin venir a cuento os empezáis a partir el culo. Dependiendo del grado de confianza que tengáis con María (la panadera, que con la otra seguro que hay mucha confianza), puede preguntaros de qué os estáis riendo o pensar simplemente, que el chico al que le está vendiendo el pan, habla sólo y está loco.
Pero podemos planteárnoslo también, como una manera de erotizar algunos ratos con nuestra pareja. De esta manera, podemos llegar a conseguir que nuestra pareja le hable directamente a ella o a él, sin pasar por nosotros, quedándonos así sumergidos en el papel de tercera persona, porque quién está actuando en primera es nuestro pene. Así, nuestra pareja puede dar órdenes a nuestro pene mediante frases del tipo “Por aquí Carlitos, por aquí”.
Y otras veces podemos convertirlo en folklore si conseguimos mover los músculos del pene, de tal manera que seamos capaces de responder con esos movimientos preguntas del tipo sí o no. Ahí tendremos que jugar con el factor sorpresa. Ya que nuestra chica, le está hablando directamente a Carlitos, y si entonces lo mira y le pregunta algo del tipo “¿te ha gustado?”; él mismo puede llegar a responder sin necesidad de nuestra ayuda. Así, lo convertiremos en uno de los protagonistas de nuestros encuentros amorosos.
En definitiva, por una parte, yo trataría de dar nombres poco normales, con el fin de evitar situaciones como la de la panadera. Y por otra, tampoco está mal el empleo de diminutivos; es decir, si me llamo Paco, lo que tengo entre las piernas es, mi pequeño pero matón, Paquito.
1 comentario:
grandioso...necesito más sabiduría de ésta que nos ofreces.
por cierto felices fiestas almete!
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